Sobre la meditación y la paz, por Swami Kriyananda
Piensa en la cantidad de cosas que persigues con la esperanza de encontrar la tranquilidad una vez la hayas conseguido.
Te dices: «¡Compraré aquel veloz deportivo rojo, o aquel resistente y brillante modelo blanco, o aquella bella furgoneta familiar! ¡No descansaré hasta conseguirlo!».
O quizá pienses: «No pararé hasta lograr aquella casa nueva de porche sombreado y amplio dormitorio principal; su comedor es tan tranquilo y espacioso que ya no nos veremos obligados a comer siempre en la cocina con los pepinos, ni permanecer en esa sala de estar de tan lóbrego aspecto. ¡Oh, cuando lo consiga podré por fin relajarme!».
Generalmente, nuestra imagen mental del ideal que deseamos alcanzar es como una pintura enmarcada, tan estática que nunca cambia. En lugar de ser la vía hacia futuros cambios y retos, es un fin en sí mismo. Aún cuando nuestras metas sean sólo medios para conseguir otros objetivos, nuestra visión del futuro nos transporta hacia un momento en que creemos que, por fin, hallaremos la paz.
La paz es el estado natural del alma; la meditación eleva la mente a un estado de paz superconsciente, el cual, una vez alcanzado, puede mantenerse incluso durante la conmoción psíquica que produce la muerte física.
En realidad nunca podremos hallar la paz fuera de nosotros mismos. Lo que consideramos paz es tan sólo una simple tregua temporal en la batalla de la vida. Aquel flamante automóvil, una vez adquirido, será tan solo el preludio de nuevas ambiciones y renovados retos. Aquel hogar encantador se convertirá en una invitación a nuevas responsabilidades, a compromisos a largo plazo, y quizás origine más fuertes apegos.
En este proceso de ir en persecución de una cosa tras otra, siempre con el deseo de conseguirlo todo finalmente tal como deseas, lo que sucede es que te habitúas a perseguir cosas, a buscar constantemente maneras de encontrar la satisfacción. Algún día sin duda -piensas- seré capaz de gozar de la vida totalmente. Pero lo irónico del caso es que en el mismo proceso de perseguir la tranquilidad, pierdes gradualmente la habilidad de estar tranquilo. Y en el proceso de perseguir la satisfacción, pierdes la capacidad de disfrutar de cualquier cosa.
Empezamos a disfrutar de la vida cuando somos capaces de relajarnos. Esta habilidad es muy sencilla por eso resulta tan difícil. Desde que nacemos nuestra fuerza vital está acostumbrada a fluir hacia los cinco sentidos, y a través de ellos a este mundo de infinita complejidad. Y ahora no nos resulta fácil invertir dicho flujo.
Cuanto más persigas el sosiego por medio de la actividad, más desasosegado te volverás. Cuanto más busques la felicidad a través de los sentidos, menos feliz serás, por la simple razón de que el goce sensorial, en lugar de nutrir tu capacidad de felicidad, la estará agotando.
¿Por qué esperar? ¿Por qué esperar a que la paz y la felicidad lleguen a ti finalmente? ¿Las acabarás consiguiendo cuanto te jubiles? ¡Me imagino que no! Si arrellanado cómodamente en la mecedora te resistes a la tendencia de dedicarte a hacer cosas a pesar de lo improductivas que sean, probablemente te morirás de aburrimiento.
Todo el mundo, por muy ocupado que esté, necesita dedicar un poco de tiempo cada día a practicar el arte de hacer cosas con serenidad. No hallarás la paz hasta que ésta forme parte de tu propia actividad. La paz debería ser parte del proceso creativo. De ahí la importancia de la meditación.
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